RELATOS GANADORES – I CONCURSO NOVELA CORTA PdE

LA INSPIRACIÓN de Leonardo Rebollar – Categoría Infantil
La inspiración ha creado cosas maravillosas. Ha creado templos y teatros, música y arte, y
ahora yo busco ese extraño concepto.
Estamos en el siglo de oro. Yo acabo de volver de Lepanto. Me llamo Miguel de Cervantes y
no quiero ser soldado. Quiero ser escritor, pero me falta la inspiración. He ido al mar y he
escrito un poema:
Mar que baña nuestras costas,
hogar de peces y ostras
cuna de civilización y aliado,
muchos en ti se han volcado.
¿Y los romanos y sus galeras
luchando en nuevas guerras?
¿Y los galeones piratas
que tú en tus tormentas atrapas?
¿Y las galeras griegas
que con tu lluvia riegas?
¿Y la invencible armada
de tantas batallas destartalada?
Ese es mi poema. Y es bonito, pero no es lo que busco. Y los días pasan, y se me ocurrió
una idea. Quizás si hago algún poema de un Santo, el obispo lo acepte. Asique voy a hacer
un poema para Santiago Apóstol:
¡Oh Santiago defensor,
de España atesorador!
¡Oh camino de las estelas,
y Santiago de Compostela!
Está bien mi poema, pero busco otra cosa. Quizás la poesía no es lo mio. Puede que las
novelas. He ido a ver a mi gran amigo Alonso Quijano, que vive en Castilla. Es un hidalgo,
es decir, un señor que tiene una extensión de tierra, que es trabajada por alguien inferior a
su categoría social. Le pedí el mejor libro que tuviese, y me dió el mejor libro de caballería:
Amadís de Gaula.
He vuelto a Madrid. Me ha gustado Amadís de Gaula, de hecho, y en honor a Alonso, mi
historia, tratará sobre un hidalgo.
Se volverá loco al leer Amadís.
Va a ser un gran libro:
Don Quijote de La Mancha.


UN INOLVIDABLE DÍA DEL LIBRO de Sofía Timme

Era de noche. Todo el pasillo de la mansión estaba oscuro. Solo entraba luz por la
ranura entre las pesadas cortinas de seda que tapaban los grandes ventanales.
Caminé sigilosamente sobre la alfombra llena de polvo y de telarañas.
Nadie había entrado en la mansión embrujada hasta que hoy lo hice yo.
Miré los retratos de las paredes con la pintura gastada. El marco era de plata
ennegrecida por los años. A pesar del estado del cuadro se podía apreciar a dos
hombres. Uno alto y delgado, con una armadura, cabalgaba a lomos de un caballo.
El otro era bajo y rechoncho y montaba encima de un burro. Me pareció
extrañamente familiar. Abajo en la esquina ponía la fecha 23 de abril de 1616.
Justo el mismo día y el mismo mes que hoy.
Me di cuenta, de que hacía mucho frío en la mansión. Un golpe de aire helado
atraveso la habitación. Me giré y miré el portal por el que había entrado. Todavía
podía irme. Este sitio estaba maldito. Antes de que pude dar un paso, la puerta se
cerro de golpe por el viento. En el momento casi se paralizó mi corazón ¡Estaba
atrapada!
Me entró el pánico. Mis piernas se doblaron y no era capaz de volver a levantarme.
Se me nubló la vista del miedo y mis pensamientos se bloquearon. No sabía qué
hacer. Solo podía seguir adelante.
Avancé a ciegas, orientándome con el tacto. Recorrí la alfombra hasta que mi mano
tocó una cosa dura y de madera. Adiviné que sería un escalón y mis manos
buscarón la barrandilla en la oscuridad. Conseguí subir un peldaño. Todo mi cuerpo
temblaba. La vista se me iba aclarando pero la penumbra no me dejaba distinguir
más que el relieve de mi alrededor.
De repente oí un grito terrorífico y además sonó un ruido similar al de unas uñas
arañando una pizarra. Me entró un escalofrio. De nuevo se oyó el chillido, que ahora
se parecía más al aullido de un lobo. Estaba empapada de sudor y las rodillas me
temblaban. ¿Por qué habré entrado en esta mansión en vez de ir con mis amigos a la
féria del libro? Fue una idea malísima venir aqui. Ya desde fuera había podido
apreciar, el aura maligna y feroz que transmitía la mansión.
Subí unos escalones más hasta llegar a la segunda planta. Aquella estaba iluminada
por la tenue luz de la luna llena. El cielo negro, cubierto de nubes, no dejaba ver las
estrellas. Una ventana estaba abierta de par en par. Y las cortinas blancas se
movían con el viento sin emitir ruido alguno. Parecían fantasmas.
Al final del pasillo había una puerta. Detras de ella se oían los ruidos escalofriantes.
La persona o el ser que estaba ahí estaba sintiendo un dolor insoportable.
Yo estaba horrorizada. Mi piel estaba pálida y me encontraba mal. Noté que mi voz
no funcionaba. No me salía ni una palabra de la boca. Todos mis instintos me
frenaban de acercarme a la puerta. O solo mirarla. Pero estaba tan aterrada que
no podía pensar. El miedo me había capturado y me conducía en dirección a la
puerta. Mi mano sudada, se extendio temblando y se agarró al pomo. Cogí todo mi
valor, tomé un último suspiro y apreté el pomo hacia abajo. Lentamente y chirriando
se abrió la puerta…


LIBRO DEL SEPULTADO de Kristoff Rojas

Al quitar las sábanas que cubría la vieja estantería de la esquina, una avalancha
de polvo y arena fina se extendió a través de la habitación. Era mi primer día como
ayudante en la restauración de la que sería la nueva librería del pueblo. No había
mayor información sobre las personas que habían comprado el local; aunque una
cosa si era cierta, querían todo arreglado y listo para la celebración del Día del
Libro. Quedaba una semana y aún faltaba mucho por hacer, los días pasaron y las
10 horas diarias de trabajo se transformaron en 15 y 17 horas para completar la
tarea a tiempo. Fueron días extenuantes pero los disfruté pues podía llevarme a
casa los libros viejos que quisiera, donde pude disfrutar de maravillosos prólogos
que como por arte de magia, me embrujaban y me acompañaban al final de la
jornada.
Ese día, el último día, recorrimos el lugar un par de cientos de veces dejando todo
en orden, limpiando, decorando; una sensación de nostalgia recorrió mi cuerpo
pues no tuve la oportunidad de decirle “adiós” propiamente a aquel local que ya no
existía y que estuvo ahí, mirándonos mientras trabajábamos día y noche y que
ahora emprendía una nueva historia.
Los libros para mí eran un escape, una ventana al infinito que quería navegar sin
órbita fija. Así que al hacer mi último recorrido vi un pequeño libro fuera de su
estante, resaltaba entre los demás que estaban perfectamente apilados, “¿Qué
haces afuera pequeño?” – Le dije.- Al revisar su portada, en letras negras, tristes
decía “Libro del Sepultado”. ¡Que título tan curioso! Pensé. Repasé sus hojas
rápidamente y estaban en blanco su mayoría, llenas de una fina arena que me
tocó acercar al cesto de la basura y sacudir. Decidí llevarlo conmigo y volví a darle
un repaso a las hojas que en ese momento se llenaban de letras, de frases, de
historias que a mi parecer brillaban como las estrellas en una noche despejada,
como la aurora boreal de los países escandinavos y que sin duda yo quería
navegar.
Escuché la puerta de la librería abrirse, salté del susto. Era el nuevo dueño del
local, un señor mayor que me sonreía mientras se acercaba a mí. “Qué bueno que
lo conseguiste, pequeño” – Dijo con voz estruendosa. “Quédatelo, será mi regalo
del Día del Libro para ti” – Sonrió nuevamente y siguió su paso a través del local.
Al salir, volteé a despedirme del anciano y no lo vi en ningún lugar. Al llegar a mi
casa, entré a mi cuarto a revisar el libro arenoso. Lo limpié un poco más y al
revisar nuevamente por entre las hojas, vi como el anciano de la librería figuraba
en él. Era su historia, era su libro y también era yo, quien había sido sepultado y
deambulaba por las eternas líneas de aquel mágico libro que ahora eran mi
sepulcro pero también eran mi ventana, mi escape a mundos infinitos que nadie
conocerá jamás